domingo, 3 de mayo de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo X (Final)



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Ahora encajaba todo. Lo único que le restaba por hacer era retornar los 200 millones provenientes del fondo de inversión que gestionaba y de los que, por supuesto, nadie sabía que había utilizado para invertir en su propio nombre. Los 800 millones restantes eran legalmente patrimonio suyo.

Tras guardar el teléfono, comenzó a caminar por el arcén de la carretera sin rumbo fijo. Ya no hacía calor sino que un repentino frío le envolvía. Tras un cuarto de hora caminando apareció en el horizonte un sucio bar de carretera en el que entró. Sin pensárselo se sentó junto a una mesa y pidió una botella de agua. De nuevo, leyó el correo electrónico que había recibido. No era un sueño. El correo era de su agente. Había ganado decenas de millones de dólares en un sólo día. La cara se le iluminó y un destello de sonrisa se instaló en sus labios.


Una brisa de refrescante bálsamo recorría lo más profundo de su ser y mágicamente, su mente se afanaba por eliminar cualquier atisbo de preocupación y pensamiento sombrío, susurrándole una tranquilidad que jamás en sus treinta y cinco años de vida había experimentado. Por primera vez en toda su vida parecía ser feliz. Cuando terminó la botella, se fue a la barra y pidió que llamasen a un taxi, sacó un par de billetes de un dólar y los dejó sobre el mostrador. Mientras esperaba, se fijó en ellos y en su emblema “In God we trust”, en Dios creemos. Un escalofrío le atravesó todo su cuerpo y su rostro volvió una vez más a su angustia y palidez habitual, percatándose de que su sueño no era más que una pesadilla de la que ya nunca podría despertar.

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domingo, 26 de abril de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo IX


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-Me honras con tu presencia, hijo -dijo Jonás tras mover su mano de la cabeza de Mario -Hiciste tu elección y ahora me perteneces, tu alma me pertenece. No me temas, más ámame pues soy tu padre. Acudiste a mí en busca de bienes terrenales como el dinero y he proveído tu deseo. Tendrás más dinero del que podrías haber soñado jamás. El poder te vendrá dado hijo mío, no temas por ello. Tú eres quién debe decidir ahora el uso que quieras dar durante tu fútil y corta vida terrenal. Hoy te acompaño con mi presencia por primera y última vez hasta que en el día de tu muerte te recoja y te lleve conmigo. Has renunciado a tu Dios para pasar la vida eterna en mi reino. Tú me lo suplicaste y yo te concedo esa gracia, pero no te extrañes si a partir de hoy, los bienes que te he dado no son más que un continuo recordatorio de tu justa e inevitable muerte.

Tras aquellas palabras, Mario cayó al suelo sin conocimiento. Sobre las siete de la tarde, volvió a despertar en medio de aquel cuarto. Estaba sólo. Sereno y tranquilo, caminó hacia la salida de aquella gasolinera para dirigirse de vuelta a casa. No estaba asustado. Por fin había desaparecido el profundo vacío que sentía. Antes de salir, sacó su teléfono móvil y se dispuso a llamar a la policía para avisar anónimamente sobre aquel cuerpo tendido tras el mostrador, pero cuando se volvió a asomar, ya no había nadie.

Cuando se dispuso a guardar el móvil, observó que había llegado un nuevo email mientras había estado inconsciente. Una simple comunicación de su agente. El valor de los futuros en los que había invertido el día anterior se había multiplicado por cinco. Acababa de ganar 1.000 millones de dólares. La bolsa de Nueva York y el mercado de futuros se habían disparado porque, por primera vez en 24 meses, la economía estadounidense había crecido un 3%.


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domingo, 19 de abril de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo VIII


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Cuando llegó a la puerta de la gasolinera, sacó el trozo de papel y lo leyó por última vez. Con un irónico gesto, arrugó la hoja, la tiró al suelo y la pisó fuertemente. Tras ello, abrió la puerta y entró a la gasolinera. Una indescriptible y pavorosa corriente de aire ardiente le cubrió de nuevo. El ambiente era totalmente seco. El calor bochornoso e indescriptible. Casi no era posible respirar ni pensar. Tampoco era fácil mantener los ojos abiertos por la sequedad del ambiente y el incesante sudor.

Mario optó por desabrocharse totalmente la camisa y avanzar hasta la zona trasera de la gasolinera, en donde una puerta permanecía abierta. Avanzó lentamente analizando todo cuanto se encontraba a su paso. El interior estaba destartalado y el mobiliario era antiguo, lejano. Mario prestó atención al ajado mostrador de madera, cuya parte inferior estaba cubierta con un cristal que guardaba montones de golosinas que parecían sacadas de los años 60. Sobre el mostrador, una vieja caja registradora tenía el cajón del dinero abierto y vacío. Lo que vio Mario tras el mostrador le aterró. Un hombre sin vida y con el torso descubierto yacía en el suelo. Tenía los ojos abiertos y entre sus manos cruzadas sostenía una cruz invertida. Tiritando de miedo, pero más decidido que nunca a encontrar la causa que le llevó hasta ese lugar, corrió hasta el interior del iluminado cuarto trasero.


Mario cruzó la puerta y vio la sombra de un ser en el fondo del cuarto. Aunque no le podía ver, su presencia era patente y llenaba el cuarto de un temor espectral. Mario se sentía absolutamente aterrado y atraído al mismo tiempo. Era una sensación que sin duda no era humana. Era el miedo puro, la muerte misma. Aún así, Mario siguió avanzando hacia el fondo de la habitación convencido de que fuese quién fuese ese ser, podría poner fin a su agonía.


-Quién eres -dijo Mario finalmente- ¿Por qué me has traído hasta aquí?


La sombra tornó en figura humana y se mostró ante Mario. Vestía una túnica negra y un capuz cubría su cabeza. Lentamente, avanzó hacia Mario y le puso la mano izquierda en su cabeza. Con la otra mano, se descubrió el rostro. Mario pudo reconocer aquella pálida mano desde el primer momento. Era Jonás, el siniestro portero del edificio Widlbury.

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domingo, 5 de abril de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo VII


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El aterrizaje fue rápido, sin complicaciones. Tras unos minutos de espera, las puertas de la aeronave se abrieron y Mario salió sin pausa alguna de la terminal del aeropuerto de Memphis. El calor era absolutamente insoportable mientras esperaba para coger un taxi que le llevase a Anthonyville. Por fortuna, no había demasiadas personas haciendo cola por lo que apenas tardó cinco minutos en tomar uno. Sin dar tiempo a que el taxista preguntase sobre el destino, Mario le indicó la dirección de la gasolinera, la cual era totalmente desconocida para el viejo conductor. Aún así, Mario insistió en que le llevase al punto kilométrico 57 de la Carretera Rural 50 de Arkansas, a lo que finalmente accedió gracias a una generosa propina ofrecida por Mario. El taxi era un viejo modelo Ford, tal vez de los años 70 y carente de aire acondicionado.

Eran apenas las cinco y media de la tarde y el sol comenzaba a esconderse. Sin embargo, el contumaz bochorno húmedo había llegado a un punto difícilmente soportable para Mario. Su cara estaba cubierta de gotas de sudor. El pelo parecía totalmente mojado y la camisa estaba pegajosamente pegada a su cuerpo. Sin dudarlo, se desabrochó los botones de los puños de la camisa y se remangó hasta la altura de los codos. Miró hacia la ventana y observó lo rápido que cambiaba el paisaje. A medida que se acercaban a Anthonyville, el verde horizonte comenzaba a adoptar las formas de un desierto, en donde las vacías montañas y la ardiente arena lo cubrían todo. No se veía rastro alguno de vida transitando por aquella fantasmal carretera. Únicamente los negros buitres parecían merodear.
El taxista preguntó la razón de tan extraño destino, pero no obtuvo respuesta. Mario estaba absorto en el puzzle que en aquel momento era su cabeza. Ahora recordaba su furtivo viaje a Haití y su participación en aquel místico ritual de magia negra. La causa de su participación, seguía siendo un enigma.

La carretera parecía llegar hasta el infinito. Sin curvas, sin vida, aquel camino pobremente asfaltado se perdía en la inmensidad de lo que ya sin duda se había convertido en un fúnebre desierto. A las seis en punto de la tarde, el coche se detuvo enfrente de una vieja gasolinera. Era exactamente el kilómetro 57 de la Carretera Rural número 50 de Arkansas. Mario se bajó y observó todo cuanto le rodeaba mientras el taxi, cubriéndolo todo de polvo, se marchaba velozmente.
Justo delante, a duras penas se alzaba una gasolinera que parecía estar abandonada si no fuera por la luz que salía de sus ventanas. Alrededor, el más plano desierto se lo había tragado todo. Sólo una pequeña cadena montañosa parecía sobresalir tras la estación de servicio. El sol hacía tiempo que se había escondido y lo poco que podía ver Mario era gracias a las luces que provenían de la gasolinera y de las antiguas y escasas farolas que bordeaban la carretera.
Decidido, inició su marcha hacía la gasolinera seguro de que era allí donde podría poner fin al desesperado sufrimiento y agonía que le llevaba atormentando durante todo ese día. Era tal el vacío que sentía, la oscuridad en la que se encontraba vagando, que estaba seguro de que, sin saber cómo, le habían arrebatado su propia alma.


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domingo, 1 de febrero de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo VI

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Vacilante, abandonó el local y pasó los controles de seguridad del aeropuerto. Una vez en la puerta de embarque, se sentó en un pequeño asiento de un grupo de cuatro y esperó con la mirada perdida hasta la hora del embarque. Curiosamente, desde que el siniestro niño le había entregado la tarjeta, el profundo miedo que sentía había desaparecido totalmente y había sido sustituido por una fuerza incontrolable, irracional e inexplicable por llegar al kilómetro 57 de la Carretera Rural 50 de Arkansas. Sabía que tenía que acudir a ese punto y que aquella sería la única forma de sentirse en paz, descansar. Alguien le llamaba. No existía ningún tipo de opción ni de huida. Debía acudir y enfrentarse a la realidad, ya fuese de este o de otro mundo.

No tardó la tripulación en situar a los pasajeros en sus asientos y dar las obligatorias instrucciones de seguridad mientras el piloto llevaba el avión a la pista de despegue. El vuelo no tardaría más de dos horas en llegar a Memphis, y todo el pasaje parecía tranquilo y sereno, incluso Mario, que estaba cómodamente sentado en una butaca de business class. Una de las azafatas le había facilitado un periódico, pero en cuanto el avión alzó el vuelo, lo cerró y lo dejó en el sillón de su izquierda, que estaba libre. Quince minutos más tarde, las luces de cinturones se habían apagado, la cortina que separaba la clase business de la clase turista había sido echada y las otras tres personas que estaban dispersadas en business comenzaban a dormir. En ese momento, Mario se bebió de un sorbo el vaso de bourbon que le habían servido tras despegar y sin poder ni querer resistirse, se vio envuelto en un profundo y tentador sueño a diez mil metros de altura.

La mente de Mario pronto comenzó a volar libre, buscando una salida que permitiese encajar algunas piezas de aquel fatídico día. Poco a poco, lo que parecía un cúmulo de imágenes sin sentido se comenzó a transformar en unos fotogramas nítidos que mostraban un patio trasero de una vieja casa colonial haitiana. La densa y oscura noche apenas permitía ver al grupo de personas que estaba reunido formando un círculo en el centro del patio junto a un vivo fuego. Todos ellos se daban la mano y entonaban canciones tan oscuras como aquella noche. Junto al grupo de locales, hombres y mujeres, estaba Mario en silencio. El cielo apenas moraba estrellas y lo poco que se podía observar era gracias a las llamas de la hoguera. 


De repente, el que parecía ser el maestro de ceremonias, se desmarcó y cogió un cuenco vacío. Segundos después, con la mirada perdida y cubierto en sudor, entró en un trance ritual que le llevó a coger un cuchillo y hundirlo en un gallo negro. La sangre caía profusamente desde el cuello del animal que no tardó mucho en perder toda su sangre, la cual fue recogida en el cuenco del Maestro. Con las manos totalmente cubiertas de sangre, se dirigió a Mario y le pintó una cruz invertida en su frente, al tiempo que le daba de beber del cuenco. En ese momento, el Maestro pronunció una incomprensible oración en francés antiguo de la que Mario poco podía entender. Cuando la oración finalizó, el fuego saltó como si alguien lo hubiese avivado con gasolina, tras lo cual, el más abismal silencio se impuso de nuevo. Un sordo golpe retumbó. Mario acababa de caer al suelo, con los ojos en blanco. En su rostro, una visible sonrisa iluminaba la aciaga noche.

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domingo, 11 de enero de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo V



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Buenos días -dijo Mario muy acelerado -quiero un billete para Anthonyville, Arkansas.

-Lo siento mucho señor, pero esta compañía no vuela a Anthonyville -respondió la rubia azafata con una permanente sonrisa.

-Quizás podría averiguar si alguna otra aerolínea vuela hasta allí, necesito llegar urgentemente.

La joven azafata, ante el evidente rostro de desesperación de Mario, se apresuró a buscar en su ordenador si alguna otra compañía cubría semejante destino, pero el esfuerzo fue inútil. La chica le informó que Anthonyville no tenía aeropuerto y su población no excedía de 300 personas. Mario sintió como si su respiración se cortase. Un profundo malestar se adueñó de él. Desesperado, se giró y se golpeó violentamente la frente con la palma de su mano. La angustia que sentía no hacía más que crecer, y la inexplicable necesidad de llegar a la gasolinera de un pueblo perdido en pleno desierto le estaba matando a medida que pasaban los minutos. 

Cuando iba a comenzar a gritar desesperado, escuchó la dulce voz de la azafata pidiéndole que volviese al mostrador. Al parecer, era posible volar hasta el aeropuerto de Memphis, que se encontraba aproximadamente a unos 18 kilómetros de Anthonyville. La extremadamente pálida y demacrada cara de Mario dejó hueco a un suspiro de alivio y un atisbo de sonrisa se dejó ver por unas milésimas de segundo. El vuelo tenía prevista su salida a las 15:15 minutos de aquel 1 de abril. No había prisa, quedaban aproximadamente unas tres horas hasta que comenzase el embarque.

Agobiado y sediento, con un calor que parecía provenir de las mismas entrañas del infierno, Mario se volvió a quitar la americana que se había puesto tras bajarse del taxi. Confuso y perdido, vagó por los atestados corredores y salas del aeropuerto hasta que sin fuerzas para poder dar un paso más, decidió entrar en una desértica cafetería, comprarse un café doble con hielo y sentarse en una mesa situada en el fondo del local. Tras beber un buen trago, quiso recapacitar y ordenar su abstraída mente. Para ello, intentó por segunda vez en poco más de dos horas, hacer un repaso por todas las actividades y movimientos que había realizado en la tarde noche del día anterior y que sin duda le habían conducido hasta donde se encontraba, pero nada extraño o especial se asomó a su mente. La misma rutina. Exactamente la misma y anodina rutina. No conseguía recordar cómo había llegado al lúgubre edificio Wildbury y el por qué de aquella decisión. 

Derrotado, miró el reloj de su muñeca. Era la una menos cuarto aún y cada vez se sentía más acalorado, por lo que se quiso levantar y comprar otro café con hielo. Cuando levantó la mirada de la mesa, un rubio y desgarbado niño de unos 9 años aproximadamente le estaba observando desde el otro extremo de la mesa. Su rostro era absolutamente serio y su indumentaria negra inspiraba un temor irracional en la ya de por sí inquieta mente de Mario.

-¿Dónde se dirige? -preguntó el niño sin dejar de mirar fijamente a los ojos de Mario.

-A un pequeño pueblo del que seguro nunca has oído hablar -respondió.

-No esté tan seguro. Yo nací allí, lo conozco muy bien, y le puedo decir que hace mucho calor en estas fechas -aseguró el crío sin perder por un momento su funesto semblante.

Mario retrocedió sorprendido hasta darse con la espalda en la pared. El niño se acercó al unísono y dejó sobre la mesa una tarjeta de visita blanca y azul que parecía tener muchos años. Mario dudó en un principio, pero finalmente decidió cogerla. Lentamente, se la llevó hacia los ojos y leyó su contenido: “Gasolinas Thriump. Carretera Rural 50, Km 57, AR”. Su corazón comenzó a palpitar más fuertemente y más deprisa que nunca. El estómago le dio un vuelco y sintió el más sincero y profundo pánico que un ser humano puede sufrir. No había duda, algo pasaba y estaba en el camino correcto o quizás en el incorrecto, pero ahora sí estaba seguro que tenía que llegar en ese mismo día a Anthonyville y enfrentarse a lo que le estaba esperando. 

Mario levantó la cabeza para preguntar a aquel niño por sus padres, pero había desaparecido. Corriendo, se dirigió a la barra y preguntó a la chica que estaba detrás si había visto salir al pequeño niño, pero respondió no haber visto a ningún niño en toda la mañana. No le sorprendió la respuesta. 

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