domingo, 26 de abril de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo IX


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-Me honras con tu presencia, hijo -dijo Jonás tras mover su mano de la cabeza de Mario -Hiciste tu elección y ahora me perteneces, tu alma me pertenece. No me temas, más ámame pues soy tu padre. Acudiste a mí en busca de bienes terrenales como el dinero y he proveído tu deseo. Tendrás más dinero del que podrías haber soñado jamás. El poder te vendrá dado hijo mío, no temas por ello. Tú eres quién debe decidir ahora el uso que quieras dar durante tu fútil y corta vida terrenal. Hoy te acompaño con mi presencia por primera y última vez hasta que en el día de tu muerte te recoja y te lleve conmigo. Has renunciado a tu Dios para pasar la vida eterna en mi reino. Tú me lo suplicaste y yo te concedo esa gracia, pero no te extrañes si a partir de hoy, los bienes que te he dado no son más que un continuo recordatorio de tu justa e inevitable muerte.

Tras aquellas palabras, Mario cayó al suelo sin conocimiento. Sobre las siete de la tarde, volvió a despertar en medio de aquel cuarto. Estaba sólo. Sereno y tranquilo, caminó hacia la salida de aquella gasolinera para dirigirse de vuelta a casa. No estaba asustado. Por fin había desaparecido el profundo vacío que sentía. Antes de salir, sacó su teléfono móvil y se dispuso a llamar a la policía para avisar anónimamente sobre aquel cuerpo tendido tras el mostrador, pero cuando se volvió a asomar, ya no había nadie.

Cuando se dispuso a guardar el móvil, observó que había llegado un nuevo email mientras había estado inconsciente. Una simple comunicación de su agente. El valor de los futuros en los que había invertido el día anterior se había multiplicado por cinco. Acababa de ganar 1.000 millones de dólares. La bolsa de Nueva York y el mercado de futuros se habían disparado porque, por primera vez en 24 meses, la economía estadounidense había crecido un 3%.


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domingo, 19 de abril de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo VIII


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Cuando llegó a la puerta de la gasolinera, sacó el trozo de papel y lo leyó por última vez. Con un irónico gesto, arrugó la hoja, la tiró al suelo y la pisó fuertemente. Tras ello, abrió la puerta y entró a la gasolinera. Una indescriptible y pavorosa corriente de aire ardiente le cubrió de nuevo. El ambiente era totalmente seco. El calor bochornoso e indescriptible. Casi no era posible respirar ni pensar. Tampoco era fácil mantener los ojos abiertos por la sequedad del ambiente y el incesante sudor.

Mario optó por desabrocharse totalmente la camisa y avanzar hasta la zona trasera de la gasolinera, en donde una puerta permanecía abierta. Avanzó lentamente analizando todo cuanto se encontraba a su paso. El interior estaba destartalado y el mobiliario era antiguo, lejano. Mario prestó atención al ajado mostrador de madera, cuya parte inferior estaba cubierta con un cristal que guardaba montones de golosinas que parecían sacadas de los años 60. Sobre el mostrador, una vieja caja registradora tenía el cajón del dinero abierto y vacío. Lo que vio Mario tras el mostrador le aterró. Un hombre sin vida y con el torso descubierto yacía en el suelo. Tenía los ojos abiertos y entre sus manos cruzadas sostenía una cruz invertida. Tiritando de miedo, pero más decidido que nunca a encontrar la causa que le llevó hasta ese lugar, corrió hasta el interior del iluminado cuarto trasero.


Mario cruzó la puerta y vio la sombra de un ser en el fondo del cuarto. Aunque no le podía ver, su presencia era patente y llenaba el cuarto de un temor espectral. Mario se sentía absolutamente aterrado y atraído al mismo tiempo. Era una sensación que sin duda no era humana. Era el miedo puro, la muerte misma. Aún así, Mario siguió avanzando hacia el fondo de la habitación convencido de que fuese quién fuese ese ser, podría poner fin a su agonía.


-Quién eres -dijo Mario finalmente- ¿Por qué me has traído hasta aquí?


La sombra tornó en figura humana y se mostró ante Mario. Vestía una túnica negra y un capuz cubría su cabeza. Lentamente, avanzó hacia Mario y le puso la mano izquierda en su cabeza. Con la otra mano, se descubrió el rostro. Mario pudo reconocer aquella pálida mano desde el primer momento. Era Jonás, el siniestro portero del edificio Widlbury.

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domingo, 5 de abril de 2015

Sombras del Pasado (Historias de Terror y Misterio nº 1) - Capítulo VII


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El aterrizaje fue rápido, sin complicaciones. Tras unos minutos de espera, las puertas de la aeronave se abrieron y Mario salió sin pausa alguna de la terminal del aeropuerto de Memphis. El calor era absolutamente insoportable mientras esperaba para coger un taxi que le llevase a Anthonyville. Por fortuna, no había demasiadas personas haciendo cola por lo que apenas tardó cinco minutos en tomar uno. Sin dar tiempo a que el taxista preguntase sobre el destino, Mario le indicó la dirección de la gasolinera, la cual era totalmente desconocida para el viejo conductor. Aún así, Mario insistió en que le llevase al punto kilométrico 57 de la Carretera Rural 50 de Arkansas, a lo que finalmente accedió gracias a una generosa propina ofrecida por Mario. El taxi era un viejo modelo Ford, tal vez de los años 70 y carente de aire acondicionado.

Eran apenas las cinco y media de la tarde y el sol comenzaba a esconderse. Sin embargo, el contumaz bochorno húmedo había llegado a un punto difícilmente soportable para Mario. Su cara estaba cubierta de gotas de sudor. El pelo parecía totalmente mojado y la camisa estaba pegajosamente pegada a su cuerpo. Sin dudarlo, se desabrochó los botones de los puños de la camisa y se remangó hasta la altura de los codos. Miró hacia la ventana y observó lo rápido que cambiaba el paisaje. A medida que se acercaban a Anthonyville, el verde horizonte comenzaba a adoptar las formas de un desierto, en donde las vacías montañas y la ardiente arena lo cubrían todo. No se veía rastro alguno de vida transitando por aquella fantasmal carretera. Únicamente los negros buitres parecían merodear.
El taxista preguntó la razón de tan extraño destino, pero no obtuvo respuesta. Mario estaba absorto en el puzzle que en aquel momento era su cabeza. Ahora recordaba su furtivo viaje a Haití y su participación en aquel místico ritual de magia negra. La causa de su participación, seguía siendo un enigma.

La carretera parecía llegar hasta el infinito. Sin curvas, sin vida, aquel camino pobremente asfaltado se perdía en la inmensidad de lo que ya sin duda se había convertido en un fúnebre desierto. A las seis en punto de la tarde, el coche se detuvo enfrente de una vieja gasolinera. Era exactamente el kilómetro 57 de la Carretera Rural número 50 de Arkansas. Mario se bajó y observó todo cuanto le rodeaba mientras el taxi, cubriéndolo todo de polvo, se marchaba velozmente.
Justo delante, a duras penas se alzaba una gasolinera que parecía estar abandonada si no fuera por la luz que salía de sus ventanas. Alrededor, el más plano desierto se lo había tragado todo. Sólo una pequeña cadena montañosa parecía sobresalir tras la estación de servicio. El sol hacía tiempo que se había escondido y lo poco que podía ver Mario era gracias a las luces que provenían de la gasolinera y de las antiguas y escasas farolas que bordeaban la carretera.
Decidido, inició su marcha hacía la gasolinera seguro de que era allí donde podría poner fin al desesperado sufrimiento y agonía que le llevaba atormentando durante todo ese día. Era tal el vacío que sentía, la oscuridad en la que se encontraba vagando, que estaba seguro de que, sin saber cómo, le habían arrebatado su propia alma.


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